5/23/2010

De intolerancia, proteccionismo y otros nuevos (?) males

Hubo una vez cuando los obreros no especializados ganaban más de 2000 € al mes. Cualquiera que hubiera heredado un pedacito de tierra árida y estéril en el litoral Mediterráneo o el Algarve se convertía en un prospero empresario de la construcción. España y Portugal, países que se quedaron fuera del plan Marshall (porque sus miserias venían de dictaduras y no de la segunda guerra mundial) tenían que ponerse al día con 30 años de atraso en relación con sus vecinos al norte de los Pirineos.

La tardía llegada de la democracia a estos países hizo que la puesta al día fuera radical: vialidad, vivienda, infraestructura turística, mas colegios, mas y mas grande de todo. Todo esto requería increíbles cantidades de efectivo circulando por ahí. El campo se volcó a la ciudad buscando ese cash. Ya del campo no se iban a América, se iban a las ciudades de su mismo país donde había riqueza sin sacrificar (mucha) distancia.

El impulso que habían tomado varios países europeos (específicamente las “cenicientas” Grecia, España y Portugal) era asombroso. Ahora añadir unas subvenciones al desarrollo astronómicas otorgadas desde Bruselas cuando estos países se incorporaron en la Unión Europea. El resultado: países con mucha liquidez, invirtiendo mucho en sectores necesarios, pero no generadores de riqueza por si solos. Si se iba a construir un edificio, igual cuando se terminara, los trabajadores encontrarían otro edificio que construir. Pero al parecer nadie pensó que la gente compra en promedio 1,5 casas en su vida, no 10, o que cuando te desplazas de un punto “A” a un punto “B”, y ya hay una superautopista, no es necesario hacer otra.

Todos esos trabajadores que se quedaron sin empleo en cuando se termino de construir ese edificio y esa autopista no tuvieron otra opción sino regresar a la agricultura, solo para llevarse la sorpresa de encontrarse con un sector con todas las plazas ocupadas por africanos, sudamericanos y europeos del este. ¿Cómo llegaron ahí? Fácil: cuando todos se fueron a trabajar 40 horas a la semana a la ciudad por un sueldo bastante decente, los oficios del campo que requerían 70 horas a la semana (y con la mitad del sueldo citadino) se quedaron vacios.

Estos extranjeros que vivían en el campo desde finales de los 70 estaban habituados al trabajo duro y fueron los que dieron la cara cuando el campo más lo necesitaba. No voy a decir que los dueños de las tierras estaban fascinados con la diversidad cultural, pero tenían muy bien montada su tabla de ofertas a determinados grupos étnicos según tipos de trabajo: chicas andinas bajitas para recoger vegetales y frutas al ras del suelo (la gente más alta se hacía daño en la espalda y era más lenta), europeos del este para trabajar empaquetando productos refrigerados (el frio lo llevaban mejor que nadie), los magrebíes y subsaharianos eran los que mejor desempeño tenían bajo el sol inclemente. Desde el punto de vista productivo, los agricultores estaban muy contentos con sus empleados.

Por un par de décadas no hubo ningún problema de convivencia, pero ahora que comienza un éxodo de la ciudad al campo se empieza a oír aquello de “los extranjeros nos vienen a quitar el trabajo”, “me quitan lo que es mío” y demás sinsentidos. Si bien es una minoría quienes se manifiestan de esta manera, hay muchos que simplemente no quieren pronunciarse al respecto, y ese silencio cómplice también ofende.

En el Reino Unido el caso en mucho peor. He estado indagando sobre el trabajo en huertas (de cara a la preparación de mi proyecto de granja auto sostenible, del cual os hablare en otra entrada) y muchas han sido transformadas o replanteadas porque “ahora nuestros chicos no quieren trabajar en verano y se pierde la cosecha porque no hay quien la recoja”, pero muchos no se sienten cómodos contratando gente de Europa continental, sino solo gente del Commonwealth (Australia, Nueva Zelanda, Canadá), incluso cuando tengan que ayudarles con sus visados de “Working Holidays”.

Los ejemplos del Reino Unido y de países de la península ibérica puede que sean unos de los más publicitados casos de este tipo. Precisamente estos países son históricamente los principales exportadores de personas a través de sus colonizaciones, acuerdos y enclaves de expatriados.

Hoy en día, la tendencia es cuidar lo propio “hasta que pase el temblor””. Todos protegen sus tierras, sus empresas, su todo de la amenaza exterior. Ahora, ¿Qué pasa cuando tú quieres echar de tu país a esos que están en el campo y se ven diferentes a ti, pero resulta ser que desde hace más de 10 años tienen tu misma nacionalidad?

Resulta ser que esa gente ha hecho más por el pueblo que tú que estabas en la ciudad haciendo otra cosa y esa gente tiene 20 años que no sale de la huerta y puede que haya perdido todos los vínculos con su país de origen. Esa gente no es más ni menos que los nacieron ahí, pero a algunos impresentables que hacen mucho ruido en Vic, legisladores del estado de Arizona o los ultraconservadores del UKIP británico siempre van a contar con el populismo fácil para hacerse notar.

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